Ella llevaba un vestido con flores. Corto, pero nunca para espantar. Se había depilado las piernas y pintado los labios. El cabello le llovía por la espalda, gracioso. Subió al metro. Él iba sentado a un costado del vagón. Miraba la puerta, el suelo, la ventana. La miraba a ella. Su concentración se detenía en el movimiento del tren. En la sutil brisa que le acariciaba a ella en el borde del vestido. Y volvía a mirar la puerta, el suelo, la ventana. Yo los miraba a ambos. Y me reía. De ella, la pretenciosa. Y de él, el salival.