Solo eso.

Ella estaba sentada en su cama, con los pies congelados, cubierta apenas con una vieja sabana, y la vista perdida en ese día que no podía ser más gris. Él dormía hasta la inconsciencia a su lado. Un par de movimientos fueron suficientes para que lo notara despierto. ¿Hola?, sonrió ella, de medio lado, Hola, murmuró él con la voz seca. Se miraron un par de segundos, preguntándose qué decir. ¿Sobrio? Preguntó ella manteniendo la sonrisa. Se, respondió él juntando las cejas. ¿Cómo estás? Aventuró de nuevo ella, fijando la mirada en esa pequeña arruga. No lo sé, ¿Qué te conté anoche? Él parecía distante, y reservado, ella aumentó su sonrisa; Eso creí, contestó, ¿En serio no recuerdas nada? Si recuerdo, solo que esperaba que fuera mi imaginación. Ahora ella rió. No, no tienes tanta. Gracias. De nada. Ella sonreía, él desviaba su mirada. Me gusta tu humor, le dijo. ¿En qué sentido? En el sentido que me gusta. ¿Con todo y el sarcasmo? Si. Siguieron hablando por un rato, él se mantuvo en su sitio, sin ceder, como últimamente llevaba haciendo; ella solo sonreía, tenía una extraña sensación, como las que dan cuándo sientes que ves todo mucho más lejano de lo que en verdad es, como si no fuera ella. De repente la conversación se disolvió. Y el silencio se instalo entre ambos. Se miraron un segundo, pero no pudieron mantener la vista. Él se volteó, ella se abrazó las rodillas. Tal vez, después de todo, era demasiado tarde. No volvieron a decir nada. Él se levantó, y sus pasos se perdieron fuera de la habitación. Aún tenía esa arruga en las cejas. Ella, con los pies todavía congelados, perdió la vista en ese día que no podía ser más gris. Aún tenía la sonrisa en la cara.