Parentesis

Mientras J. le soltaba un par de los habituales sarcasmos cariñosos a G. - "¡Usted no opine, esclavo!" - S. reía tan estruendosamente como siempre.

- ¡OMG! Tengo que mostrarles algo.... - soltó teatralmente J. plantando la curiosidad. - ¿G.? ¿Mi mochila?
- En la pieza...
- ¿Y qué esta esperando? - dijo J. con voz de líder. - Vaya a buscarla, ¡meh! - siempre usaba ese tono de ofendida cuando quería molestar a G., pero esta la ignoro deliberadamente.
- Cuidadito - S. chasqueó la lengua, puso los ojos en blanco y siguió riendo fuerte.

Las dos chicas, que seguían jugando al amo y esclavo, se levantaron y corrieron hasta el dormitorio, pero S. no se movió. Cuando sus amigas dejaron de mirarla, la sonrisa que antes cruzaba su cara se desvaneció de la misma forma en que se desinfla un globo lleno de aire. Una pequeña arruga se abrió camino entre sus cejas y su mirada se perdió, cientos de kilómetros a la distancia, mientras mantenía la vista fija en el cordón de su zapato.
Desde la habitación se escuchaban las carcajadas de J. y G., que al parecer ya entraban es la fase de represión.
S. estiró lentamente la comisura derecha de su labio, subiendo el pómulo, logrando que su boca entera se curvara en una especie de sonrisa torcida. Torcida.

- ¡S.! - la llamó G.
- ¡Hermano mío! - canturreó J.

S. sacudió la cabeza, y se restregó los ojos, como si acabara de despertar. Suspiró solo una vez, larga y pesada-mente, y en menos de un pestañeo, instaló de nuevo su habitual gran sonrisa.

- Ya voy, ya voy - gritó levantando se y corriendo hasta la pieza.

El común de los mortales jamás la había visto sin reír, o haciendo esos extraños ruiditos ahogados, y aunque J. y G. la conocían lo suficiente como para descifrar las excepciones, ese día no notaron el engaño. Cómo podrían, si hasta los ojos de S. brillaban de alegría.