Seguirán los gingles en el aire

Hace mucho tiempo, tal vez en una galaxia lejana o una dimensión desconocida, la política se veía con otras melodías y colores.
No hablo de las históricas campañas del Sí o el No que de pobladas con luces, colores, bombos y platillos contenían expresiones de un verdadero cambio, para bien o para mal, del paradigma operado hasta ese momento.
Esas campañas por las que valía la pena sentarse a verlas y tal vez emocionarse e inflar el pecho no las viví. Muy por el contrario, la primera de las tengo el espacio mental para recordar de forma nítida no fueron precisamente llamativas en términos sentimentales.
Claro que hablamos de una época en dónde ya podíamos hablar de un juego político más. Uno en que la conciencia infantil solo admite como el break en que se interrumpía la programación del canal X para poner en su lugar un montón de canciones o melodías que de ridículas pasaban a pegajosas y que uno tiempo después descubría en silbidos y tarareos por las calles.
Pero una cosa era escuchar y otra muy distinta creer en los vientos de cambio que soplan en el país por un nuevo futuro y un pueblo feliz que proponía el gingle de Joaquín Lavín el ‘99 o la famosa micro que toma Tomás en la de Hirsch del 2005.
Este año las cosas son diferentes. Ya no puedo hablar desde la cómoda posición de ser inocente al margen del mundo. Ya no puedo escudarme en el refugio en el que adoptaba la opinión preponderante de la influencia materna, aún cuando esta siempre haya ido en contra de lo establecido por el resto de la familia y la sociedad general.
Es ahora cuando llega el turno de hacer una separación y barajar las posibilidades que se han ofrecido para gobernar el país en el año del bicentenario.
Marco Enriquez-Ominami, en ese sentido, ha jugado sus propias cartas de forma inteligente. Sus propuestas cibernéticas, campañas en Facebook, Youtube, Blogs y páginas con dominio vienen a introducir nuevas formas de entender al público, o en este caso, a la población eventualmente votante.
Tal vez su propuesta no signifique un real cambio como quiere hacer parecer, pero lo innegable es que ya el hecho de declararse díscolo, palabra que por cierto muy poca gente realmente conocía, lo hace un ser atractivo.
Si a eso le sumamos que ha utilizado los mismos lenguajes con los que la gente como yo, hijos de la Internet y del mundo globalizado, entiende y maneja al revés y al derecho todos los días y las más insospechadas horas, el alcance de su audiencia se duplica.
Por otra parte, los gingles son necesarios. No por nada, están formados para servir como agentes infiltrados en las bocas de todos los que al reproducirlas las sitúan en las brisas que recorren la ciudad y así son propagados como infecciones. Por lo mismo es imposible que cambien de una elección a otra.
Pero Enriquez-Ominami ha encontrado otra forma de hacer campaña, una nueva estrategia con la cual colarse por difusión directa en los suburbios, esta vez utilizando para su beneficio las variadas formas de comunicación cotidiana que han revolucionado el campo de la información.
Claramente no es lo mismo que los vientos de cambio que prometían soplar en el país por un nuevo futuro y un pueblo feliz y mucho menos la micro que toma Tomás con la que juntos podemos más… Pero la gente como yo tampoco es la misma.
Habrá que ver si a fin de año Marco Enriquez sigue manteniendo el atractivo que ha suscitado. En todo caso, de no resultar, siempre podrá contar con algún viejo y pegadizo gingle.


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*otro trabajo de redacción... me acordé aproposito de ver a karen en tolerancia cero


Ese viernes se llamó “Anodino”

Ese viernes era un día para llegar temprano, se entiende que con sueño y la lata descomunal que eso acarrea, pero llegar temprano. Todo para qué, para disertar en la ayudantía de Marin esperando una de las últimas oportunidades para salvar el ramo.
Cuento corto y sin mayores explicaciones, la hora en que la iluminación retórica debía aparecer en su máximo esplendor y ejercer poderío sobre las mentes somnolientas de los demás compañeros… Falló en forma insondable.
Por consiguiente, la grandiosa oportunidad de la vida con respecto a ese ramo perdió el rumbo y término sumergida en quizás que tipo de abismo.
Pero esa no era la única misión del día, al contrario. Justamente por ello, no sorprendió ver llegar una hora más tarde a Javier. Él suele ser puntual hasta con los atrasos. Por otro lado sí sorprendió no ver a Iván. Sin embargo se sospecha que, a veces, sólo a veces, razones le sobran.
Nadie sabe con exactitud dónde, cuándo y cómo realizar la labor. Los rumores corren por los pasillos envueltos por el viento de las mismas hojas que acarician aquellos pastos que se preparan para una nueva noche de juerga.
Estando al borde de tal incertidumbre lo que se decide de forma tácitamente democrática es simplemente sentarse a esperar.
Inútil propuesta, si se piensa en lo correcto, pérdida cuantificable hasta en dólares si se habla de economía. Pero justo en ese momento; posiblemente por la quietud que reinaba en el ambiente, sumada a ese cálido y traicionero sol que calienta las mejillas y hace condensable el sopor de este particular invierno, que en sí no ha tenido mucho; la tentadora idea de dejar pasar un rato antes de comenzar a hacer un deje de cualquier acción cobró un particular sentido.
Y así se hizo. Hasta que, de repente, algo empieza por querer romper el encanto de la inmovilidad que reinaba: Javier hace el primer anuncio de querer irse.
Comprensible y obvio, como todo día viernes en el que de lejos se le ve llegar con el bolso acuestas pensando en San Antonio. Pero Iván todavía no dignaba a hacer su aparición y eso pronosticaba destellos de una invasora soledad.


Con eso y todo nadie se movió. Se hacía necesaria una mayor fuerza de voluntad de la que se poseía a esa hora de la mañana para romper el hechizo.
Pasó una hora y otra le siguió pegadita sin que se notara. Los informes de Javier, que aumentaban en valor a la vez que perdían credibilidad, terminaron por disolverse, y al final cobraron vida en el último milisegundo del último tiempo, justo cuando el marcador ya daba por finalizado el partido.
Iván hizo su aparición y con él la decisión de Javier se transformo en hecho concreto y real. Hola, chau, y en menos de tres tiempos ya estaba fuera de vista.
Sin embargo, ni el sol cambió su intensidad acogedora ni la somnolencia dio paso a mayores fuerzas corporales. El ambiente de completa quietud continuó hasta la hora del almuerzo y por lo tanto la hora en que la misión debía cumplirse llegó a su fin.
Otro acuerdo tácitamente democrático, esta vez firmado con Iván, resolvió el sentimiento de culpa que aprisionó por un par de minutos los corazones. De alguna forma veremos que hacer, y fin del problema.
Ese viernes era un día para llegar temprano, se entiende que con sueño y la lata descomunal que eso acarrea, pero llegar temprano. Todo para qué, para llegar a la truncada disertación de la ayudantía de Marín y pasar el resto de la mañana siguiendo el acuerdo tácitamente democrático de sentarse a esperar.
Esperar qué… Esperar y ver como pasa frente a ti un viernes llamado “Anodino”.


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*de los últimos trabajos de redacción.