Lo que soñé una vez

En mi sueño, o sea, en mi pesadilla, una niña que cruzó la calle en el lugar y momento equivocado, fue atropellada por un camión que pretendía estacionarse al frente de un museo para descargar la pila de espejos, vidrios, y marcos de ventanas que llevaba. Obviamente, como testigos del accidente no involucramos en el asunto, y entramos con la niña a la sala central del museo, para darle los primeros auxilios, llamar a la ambulancia, etc. Por alguna razón, una vez dentro, la niña desapareció; y en cambio, se instalaron en la mesa central, un montón de botellas repletas de alcohol. Yo me acerqué a la que tenía el aspecto más extraño - una forma parecida la cruza entre una copa de champaña y el envoltorio de un dulce -, la abrí y tomé directamente, sin pensar en conseguir un vaso. El agrado me salió por los poros. Me sentí felíz. Ya no sabía en dónde estaba, ni qué hacía ahí. Solo podía sentir el contacto de la extraña botella con mis labios, y el líquido deslizandose en mi garganta. Todo el ambiente parecía sentir exactamente lo que yo, y la vieja y desteñida sala del museo, se convirtió en la sala dónde se celebraba una alocada fiesta de cumpleaños. No conocía a nadie ahí, pero me sentía demasiado a gusto para darme cuenta. Seguí bebiendo, y riendo a carcajadas, hasta que alguien me quitó la botella. Y entonces toda emoción reconocible se esfumó. Me quedé sentada, en la misma mesa dónde antes yacía la pequeña atropellada. Totalmente sola, vacía y atrapada en mi sueño, osea, en mi pesadilla.