Ese viernes era un día para llegar temprano, se entiende que con sueño y la lata descomunal que eso acarrea, pero llegar temprano. Todo para qué, para disertar en la ayudantía de Marin esperando una de las últimas oportunidades para salvar el ramo.
Cuento corto y sin mayores explicaciones, la hora en que la iluminación retórica debía aparecer en su máximo esplendor y ejercer poderío sobre las mentes somnolientas de los demás compañeros… Falló en forma insondable.
Por consiguiente, la grandiosa oportunidad de la vida con respecto a ese ramo perdió el rumbo y término sumergida en quizás que tipo de abismo.
Pero esa no era la única misión del día, al contrario. Justamente por ello, no sorprendió ver llegar una hora más tarde a Javier. Él suele ser puntual hasta con los atrasos. Por otro lado sí sorprendió no ver a Iván. Sin embargo se sospecha que, a veces, sólo a veces, razones le sobran.
Nadie sabe con exactitud dónde, cuándo y cómo realizar la labor. Los rumores corren por los pasillos envueltos por el viento de las mismas hojas que acarician aquellos pastos que se preparan para una nueva noche de juerga.
Estando al borde de tal incertidumbre lo que se decide de forma tácitamente democrática es simplemente sentarse a esperar.
Inútil propuesta, si se piensa en lo correcto, pérdida cuantificable hasta en dólares si se habla de economía. Pero justo en ese momento; posiblemente por la quietud que reinaba en el ambiente, sumada a ese cálido y traicionero sol que calienta las mejillas y hace condensable el sopor de este particular invierno, que en sí no ha tenido mucho; la tentadora idea de dejar pasar un rato antes de comenzar a hacer un deje de cualquier acción cobró un particular sentido.
Y así se hizo. Hasta que, de repente, algo empieza por querer romper el encanto de la inmovilidad que reinaba: Javier hace el primer anuncio de querer irse.
Comprensible y obvio, como todo día viernes en el que de lejos se le ve llegar con el bolso acuestas pensando en San Antonio. Pero Iván todavía no dignaba a hacer su aparición y eso pronosticaba destellos de una invasora soledad.
Con eso y todo nadie se movió. Se hacía necesaria una mayor fuerza de voluntad de la que se poseía a esa hora de la mañana para romper el hechizo.
Pasó una hora y otra le siguió pegadita sin que se notara. Los informes de Javier, que aumentaban en valor a la vez que perdían credibilidad, terminaron por disolverse, y al final cobraron vida en el último milisegundo del último tiempo, justo cuando el marcador ya daba por finalizado el partido.
Iván hizo su aparición y con él la decisión de Javier se transformo en hecho concreto y real. Hola, chau, y en menos de tres tiempos ya estaba fuera de vista.
Sin embargo, ni el sol cambió su intensidad acogedora ni la somnolencia dio paso a mayores fuerzas corporales. El ambiente de completa quietud continuó hasta la hora del almuerzo y por lo tanto la hora en que la misión debía cumplirse llegó a su fin.
Otro acuerdo tácitamente democrático, esta vez firmado con Iván, resolvió el sentimiento de culpa que aprisionó por un par de minutos los corazones. De alguna forma veremos que hacer, y fin del problema.
Ese viernes era un día para llegar temprano, se entiende que con sueño y la lata descomunal que eso acarrea, pero llegar temprano. Todo para qué, para llegar a la truncada disertación de la ayudantía de Marín y pasar el resto de la mañana siguiendo el acuerdo tácitamente democrático de sentarse a esperar.
Esperar qué… Esperar y ver como pasa frente a ti un viernes llamado “Anodino”.
_______________
*de los últimos trabajos de redacción.
Cuento corto y sin mayores explicaciones, la hora en que la iluminación retórica debía aparecer en su máximo esplendor y ejercer poderío sobre las mentes somnolientas de los demás compañeros… Falló en forma insondable.
Por consiguiente, la grandiosa oportunidad de la vida con respecto a ese ramo perdió el rumbo y término sumergida en quizás que tipo de abismo.
Pero esa no era la única misión del día, al contrario. Justamente por ello, no sorprendió ver llegar una hora más tarde a Javier. Él suele ser puntual hasta con los atrasos. Por otro lado sí sorprendió no ver a Iván. Sin embargo se sospecha que, a veces, sólo a veces, razones le sobran.
Nadie sabe con exactitud dónde, cuándo y cómo realizar la labor. Los rumores corren por los pasillos envueltos por el viento de las mismas hojas que acarician aquellos pastos que se preparan para una nueva noche de juerga.
Estando al borde de tal incertidumbre lo que se decide de forma tácitamente democrática es simplemente sentarse a esperar.
Inútil propuesta, si se piensa en lo correcto, pérdida cuantificable hasta en dólares si se habla de economía. Pero justo en ese momento; posiblemente por la quietud que reinaba en el ambiente, sumada a ese cálido y traicionero sol que calienta las mejillas y hace condensable el sopor de este particular invierno, que en sí no ha tenido mucho; la tentadora idea de dejar pasar un rato antes de comenzar a hacer un deje de cualquier acción cobró un particular sentido.
Y así se hizo. Hasta que, de repente, algo empieza por querer romper el encanto de la inmovilidad que reinaba: Javier hace el primer anuncio de querer irse.
Comprensible y obvio, como todo día viernes en el que de lejos se le ve llegar con el bolso acuestas pensando en San Antonio. Pero Iván todavía no dignaba a hacer su aparición y eso pronosticaba destellos de una invasora soledad.
Con eso y todo nadie se movió. Se hacía necesaria una mayor fuerza de voluntad de la que se poseía a esa hora de la mañana para romper el hechizo.
Pasó una hora y otra le siguió pegadita sin que se notara. Los informes de Javier, que aumentaban en valor a la vez que perdían credibilidad, terminaron por disolverse, y al final cobraron vida en el último milisegundo del último tiempo, justo cuando el marcador ya daba por finalizado el partido.
Iván hizo su aparición y con él la decisión de Javier se transformo en hecho concreto y real. Hola, chau, y en menos de tres tiempos ya estaba fuera de vista.
Sin embargo, ni el sol cambió su intensidad acogedora ni la somnolencia dio paso a mayores fuerzas corporales. El ambiente de completa quietud continuó hasta la hora del almuerzo y por lo tanto la hora en que la misión debía cumplirse llegó a su fin.
Otro acuerdo tácitamente democrático, esta vez firmado con Iván, resolvió el sentimiento de culpa que aprisionó por un par de minutos los corazones. De alguna forma veremos que hacer, y fin del problema.
Ese viernes era un día para llegar temprano, se entiende que con sueño y la lata descomunal que eso acarrea, pero llegar temprano. Todo para qué, para llegar a la truncada disertación de la ayudantía de Marín y pasar el resto de la mañana siguiendo el acuerdo tácitamente democrático de sentarse a esperar.
Esperar qué… Esperar y ver como pasa frente a ti un viernes llamado “Anodino”.
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*de los últimos trabajos de redacción.