Esa mañana ella se levantó, vistió y amarró los zapatos igual que siempre. Mientras, en la tv estaban pasando por milésima vez el no triunfo de Susan Boyle. Ella tomó la leche con dos cucharadas de chocolate, una grande de café y una pizca de azúcar. Además abrió una marraqueta y la puso en el tostador. En la tv derivaban el tema hacia los demás competidores del famoso programa británico; cosas bizarras pasaban sin sobresaltar a nadie. Ella arrugó la nariz, escuchando el programa. Después de tragar, ella revolvió su mochila y sacó el despeinado cepillo de dientes. En la tv se reían de un hombre que bailaba. Ella puso los ojos en blanco, la espuma del dentífrico le impedía soltar la sátira que contenía. Escupió, se peinó de mala gana, lavó su cara y con los ojos cerrados y las pestañas goteando recorrió a tientas la pared hasta toparse con la toalla. En la tv ahora cantaba una familia, la niña pequeña apenas y pronunciaba bien. Ella la observó cinco segundos. La tonada era pegajosa. Luego cerró la mochila y salió de la casa. En la tv aún prendida siguieron hablando del British got talent.