punto de vista

Elizabeth dormía tan plácidamente como cualquier otro día cuando se despertó. Se volteó hasta quedar boca arriba, como se supone uno debe dormir, y abrió los ojos. Luego se sentó en la cama, con la mano derecha se restregó el ojo izquierdo, y con la mano izquierda se rasco el muslo derecho hasta que sus uñas se marcaron dejando delgadas lineas color rosa en su piel blanca. Se levantó y arrastró los pies hasta la cocina. Puso a hervir agua y descolgó una taza del estante. Se sirvió café, una cucharadita grande y tres de azúcar. Sacó un yogurt del refrigerador y abrió solo la esquina del papel. Dio un sorbo, sintiendo el frío en sus labios por primera vez en toda la noche. Tomó el termo y puso agua caliente en la taza del café, y agarrándola desde la oreja se la llevó de vuelta a la cama. Antes de tenderse encendió el televisor.

*

Dormía como cualquier día cuando me desperté. Había estado soñando con el mar, y aún podía sentir esa ligera brisa golpearme la cara, desde las
profundidades de mi almohada. Me volteé para alejar esa sensación y volver al mundo. Todavía siento que mis párpados pesan, se resisten a mantenerse abiertos. Los obligo a reaccionar. Hoy no hay tiempo de perderse, aunque sea temprano. Las piernas también se niegan a afrontar el nuevo día. Las dejó marcadas en mi intento por controlar la insurrección. Tengo sed. Un café no me vendría mal, pero preferiría algo frío primero. También algo más contundente que solo agua. ¿No había dejado un par de yogures la última vez? Espero que aún estén ahí. Bingo. Nunca me gustó comer estas cosas con cuchara, qué sentido tiene aparte de dejar algo más que lavar. Me agrada lo frío que está. Ideal. Ahora sí sería genial un café. Casi pienso que hice exactamente lo mismo ayer, pero no me molesta la rutina. Ahora prenderé el televisor y hablaran de lo mismo de nuevo, y yo lo veré pensando en que me quedan quince minutos antes de tener que correr al trabajo.