Mariela caminaba por Ahumada lentamente; sin pensar mucho, solo lo suficiente. Sentía su cabeza apoyada en un vidrio, y la conversación de dos mujeres zumbando dentro.
Llegando a Moneda la pantalla grande la distrajo un segundo; tiempo suficiente para que la luz roja desapareciera ante sus ojos, y el bocinazo y el chirrido del freno enmudecieran.
De pronto, Mariela no volvió a sentir.
Tal vez por eso, jamás entendió por qué la oscuridad de esa esquina se inundó con un resplandor cegador; y mucho menos entendió por qué despertó sobresaltada con el pitido de la puerta del metro.
Llegando a Moneda la pantalla grande la distrajo un segundo; tiempo suficiente para que la luz roja desapareciera ante sus ojos, y el bocinazo y el chirrido del freno enmudecieran.
De pronto, Mariela no volvió a sentir.
Tal vez por eso, jamás entendió por qué la oscuridad de esa esquina se inundó con un resplandor cegador; y mucho menos entendió por qué despertó sobresaltada con el pitido de la puerta del metro.